La intolerancia a la lactosa se manifiesta con uno o varios de los síntomas siguientes: hinchazón, diarrea y flatulencia, que aparecen después de tomar lactosa.
Por lo general, la enzima lactasa convierte en el intestino a la lactosa —un azúcar de origen natural que hay en la leche y los lácteos— en glucosa y galactosa, dos azúcares más simples que el cuerpo utiliza como fuente de energía y para varias funciones. La actividad de la lactasa es alta durante la lactancia y disminuye poco a poco después del destete. En ciertas personas con una actividad baja de la lactasa, la lactosa sin digerir llega más tarde al colon, donde se fermenta por medio de la microbiota o flora residente (población de microorganismos que vive en el tubo digestivo). La fermentación bacteriana contribuye a la formación de gases (hidrógeno, dióxido de carbono, metano), ácido láctico y ácido acético, que aumentan el tiempo de tránsito intestinal y la presión intracolónica, lo que posiblemente da lugar a la hinchazón, la diarrea y la flatulencia.
La cantidad de lactosa que desencadena estos síntomas varía de una persona a otra. La mayoría de la gente con dificultad para digerir la lactosa (mala digestión de la lactosa) puede consumir la lactosa de productos lácteos, sin sufrir los síntomas mencionados, en pequeñas cantidades: hasta 12 g de lactosa en una ingesta o hasta 24 g en pequeñas cantidades a lo largo del día durante la comida o al final de esta.
En este sentido, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria ha publicado un dictamen científico en el que se asegura que consumir los cultivos vivos del yogur, Lactobacillus delbrueckii subsp. bulgaricus y Streptococcus thermophilus, favorece la digestión de la lactosa del propio yogur en las personas con mala digestión de la lactosa.